Hemos llegado a tal grado de soledad, yo diría absoluta soledad, que ya tampoco vamos a necesitar coach o terapista de carne y hueso. Ahora también será una amable máquina la que calcule qué tan tristes, enojados o contentos estamos. ¿Para qué hablar con otra persona si podemos tener un coach-gadget en la muñeca? Pues ese dispositivo del que hablo ya existe y está siendo probado por sus inventores en el Laboratorio de Informática e Inteligencia Artificial de la Universidad de Massachusetts.
Así, tal cual, es un aparato que se pone en la muñeca y que analiza a cada instante nuestros signos vitales y estado físico -temperatura, electrocardiograma, etc.- cuando mantenemos conversaciones para saber cómo estamos. Una medición exhaustiva del estado de ánimo. Nos vamos a poder ver reflejados en una pantalla, como en un espejo, para resolver problemas de ansiedad, mal humor, tristeza, etc.
Este aparato va a clasificar no solamente las palabras como tal, sino los tonos en que las decimos, por ejemplo la energía de la voz y su cadencia. En fin, una red neuronal será la encargada de analizar todo el conjunto para diagnosticar cómo nos estamos sintiendo. Va a ser como contar con un coaching permanente y en el bolsillo, cuya percepción certera no va a verse empañada por la subjetividad de un otro real.
Bueno, pero eso sí, será una máquina, que carece de calor humano, ternura y empatía. Y no dará consejos. Ya sé, suena interesante, pero es que el futuro se vislumbra como cada uno de nosotros completamente solo con una serie de máquinas: para meditar, hacer ejercicio, coaching personal, aplicaciones de tutoriales y diagnósticos de salud, etc., pero sin la perspectiva de los demás.
¿Aguantaremos tanta maquinitis?
Vamos avanzando pasos gigantes hacia un estado de súper utilidad tecnológica pero también de completo aislamiento humano. Urge vernos en el espejo, pero no siempre de las pantallas y monitores, sino en el alma de los demás. Urge tocarnos más, compartir más, llorar y reír más frente a los otros, conectar más pero a nivel de pieles. Y ni modo, que siga el vertiginoso ritmo de los gadget, pero ojalá que de vez en cuando logremos frenar para besarnos entre nosotros.