Un tema de interés en los últimos días, para quienes se dedican al periodismo y para los que no también, es la salida de Joaquín López Dóriga del espacio noticioso. El conductor afirmó que dejaría de aparecer a cuadro en El Noticiero, pero que seguiría laborando en Televisa, sin embargo, la versión que más fuerza cobró en los últimos meses, incluso antes del anuncio de su salida, fue el conflicto que el periodista protagonizó con María Asunción Aramburuzabala, una de las empresarias más poderosas del país.

Cuando a mediados del 2015 salió a la luz el lío legal que ambos están protagonizando, tras la demanda que la empresaria interpuso, Joaquín negó, de manera indirecta en el aforismo que a diario escribe en su columna de periódico Milenio, bajo el seudónimo de Florestán. En buscaba apagar suspicacías: “Los hay que, en su miseria humana, andan por la vida repartiendo falsos certificados de defunción”.

Sin embargo, los rumores resultaron ciertos y para regocijo de muchos (y pena de otros cuantos) López Dóriga anunció que será en agosto cuando aparecerá por última vez leyendo las noticias en el espacio que ocupó por 16 años.

Cuando ocurre un cambio de tal magnitud como éste en los medios masivos mexicanos, es imposible que no aparezcan los rumores, acusaciones, lágrimas o aplausos, ante la salida de alguien que tuvo la responsabilidad de decir la verdad, pero que, para muchos, jamás ocupó las cámaras y micrófonos para hacerlo.

Para entenderlo, cabe hacer una breve reflexión de lo que el noticiario de canal 2 ha significado a lo largo de la historia. Desde el nacimiento de la televisión mexicana, particularmente de la televisora de Chapultepec, el programa nocturno de noticias fue una herramienta del gobierno federal para direccionar a su conveniencia la percepción de los mexicanos ante sus malos manejos.

Aún en la era digital, los espacios de Televisa nunca se han caracterizado por ser los más críticos con el estado, aunque esta condición de “vocería” vivió tiempos de mayor descaro en las décadas de los 60, 70 y 80, cuando incluso el dueño de la televisora en ese entonces, Emilio Azcárraga Milmo, no tenía empacho en decir que él era un soldado más del PRI.

Hoy se viven tiempos distintos, la oferta informativa es mil veces más amplia que hace décadas, aunque no así la libertad de expresión, una asignatura que medios y gobierno tienen aún pendiente, y a juzgar por lo que ha ocurrido en este sexenio, las cosas no parecen cambiar para bien; desde la salida de Carmen Aristegui de MVS por presunta presión del Gobierno Federal por su investigación referente a la Casa Blanca de Angélica Rivera, hasta las cotidianas notas que informan el asesinato de periodistas en estados como Veracruz.

La de López-Dóriga es una salida que puede obedecer al problema legal por el que atraviesa, pero desde un punto de vista mercadológico, puede también ser parte del profundo cambio en el que estamos consumiendo la información. En un mundo en el que cada vez se ve menos televisión y en el que tiene más credibilidad un influencer que vierte su información en las redes sociales, no es difícil adivinar que los medios tradicionales y sobre todo, las figuras que dan la cara en ellos, sigan teniendo sacudidas como las que hoy están sufriendo.

De ellos depende su supervivencia y esto sólo lo van a lograr, adaptándose no sólo a las nuevas tecnologías y lenguajes que exige una humanidad digitalizada, sino a la veracidad, coherencia, rigor, compromiso e inteligencia y que exigen unos ciudadanos cada vez más exigentes y ávidos de la verdad.