Viví una niñez extraordinaria, muy cerca del estadio más importante de México, el Estadio Azteca, al sur de la Ciudad de México. Entre semana, cuando el Estadio estaba vacío, frecuentaba sus ámplios estacionamientos para andar en bicicleta. En mi adolescencia, algunas noches entre semana y algunos fines de semana, fui testigo de la visita de escuadras centroamericanas y caribeñas al Estadio, para enfrentarse a una oncena mexicana. En aquellos años, los partidos eran llenos garantizados y los goles se contaban por racimos.
Por México: Campos, Suárez, Ramírez Perales, Herrera, Gutiérrez, Áspe, Galindo, Bernal, Ambriz, García y Zague, entre otros. En el banquillo dando indicaciones: Bora, Menotti o Lapuente. En la otra escuadra, para mí los nombres no eran relevantes. Venían Jamaica, Costa Rica, Honduras, Trinidad y Tobago, y otros tantos que sabían que el talento mexicano, combinado con la altitud de la Ciudad de México y la presión de más de 100 mil espectadores hacían de la escala en territorio nacional una derrota segura.
Los tiempos han cambiado. Ya no vivo en esa Ciudad, de aquella escuadra mexicana solo quedan recuerdos, algunos exjugadores que continúan participando en otras actividades relacionadas con la cancha y como comentaristas deportivos, y los goles escasean tanto como las victorias. El pasado fin de semana México enfrentó a su similar de Jamaica. El marcador fue un sufrido empate a dos goles que será recordado por los abucheos de una afición mexicana ávida de triunfos.
Tengo 41 años y mi Selección Mexicana me acostumbró al triunfo frente a equipos chicos y a la lucha frontal y descarada frente a equipos grandes. Hoy, veo un equipo al que se le atraganta todo tipo de rival, el chico y el grande.
Mucho se ha hablado del cambio radical después del fracaso registrado en la pasada Copa del Mundo. Esos cambios a la mexicana, donde se finge que todo cambia, para permanecer igual o peor. Qué tiempos aquellos, donde México era gigante de su zona. El equipo mexicano produce mayores ingresos hoy que en aquellos años, pero paradójicamente raciona los triunfos y las alegrías que obsequia a cambio a su afición. Los especialistas detallaban hace tiempo que el futbol mexicano había tocado fondo, ¿será?