Por: Alex Castañeda
Twitter: @elaprendiz55
En 1974 la compañía de comediantes británicos -hoy mundialmente conocidos- “Monty Python”, estrena la película “the Holy Grail”. El título en español para Latinoamérica fue: “Los caballeros de la mesa cuadrada”. Créanme de verdad que fue una excepcional película dirigida por Terry Gilliam y Terry Jones (ambos pertenecientes al grupo de comediantes). Monty Python, fue un gran ensamble de artistas, actores y compositores fuera de serie que, hasta nuestros días, te exprimen como esponja tu última lágrima de risa en aras de una excelente e irónica puntada. Sí, esa risa que lleva al llanto a todos aquellos que consideramos, la inteligente ironía, como una forma de hilaridad digna de una mente cultivada y abierta a la diversidad.
Hay una escena que, desde aquellos años de adolescente en que “embriagado por la risa de carcajadas y retortijones de panza” viera la cinta por primera vez, cautivó mi ánimo y mi mente virgen de prejuicios e inclinaciones sociales. Hay ocasiones en que ésta escena -furtivamente- regresa a mi memoria inconscientemente disparada cuando alguien, en mi cercanía o por referencia, deja estúpidamente pasar “lo mejor” (distante), por “lo menor” (inmediato) que puede rápidamente obtener. Me explico al narrar la escena:
Más o menos así la recuerdo: “Resulta que el Rey Arturo y su ficticio y endeble hijo, se encontraban de pie una luminosa mañana frente a una amplia ventana del suntuoso castillo en Camelot. La ventana daba a una extensa pradera preñada de cultivos y flores extendiéndose hasta donde la retina daba permiso de enfocar. El rey-padre, orgulloso de su reino y conquistas, se dirige entonces al hijo a la vez que, tiernamente, posa la anillada mano en el hombro del chico y en tono solemne, le dice…
“Hijo…todo lo que ves ante tus ojos, un día será tuyo”
El hijo, corto de ambición, se acerca a la ventana, -como para mejor observar el basto horizonte heredable- para luego, tras unos segundo de profunda reflexión, voltearse a mirar al padre y preguntar…
“¿Las cortinas con brocados también?”
Seguramente, muchos de ustedes habrán ya hecho la conexión con un ingenioso anuncio televisivo muy parecido que, presumo, ha de haber sido producto de la inspiración de esta magnífica escena* .
Cuando, día a día observo la basta oferta tecnológica y de software que nos rodea misma que encierra un universo de posibilidades, no me queda más que pensar en el poquísimo aprovechamiento que, “de ella”, hacemos muchos de nosotros. Me acongoja ver que, tan sólo un pequeño puñado de sus vastísimas posibilidades de ayuda, sean utilizadas por la gran mayoría de los miles y millones de usuarios de tecnología digital en el mundo. Pero, más aún, me apena y me entristece que, las patentes tecnológicas derramadas por los fabricantes en los productos de consumo, se enfoquen sólo en ofrecer al usuario patéticas posibilidades banales e irrelevantes que tienen cero resultado en el mejoramiento de la experiencia de usuario, en otras palabras, “Las cortinas con Brocados”.
A diario surgen aparatos que son preferidos por los millones de pixeles de sus lentes fotográficas por sobre teléfonos de alta microtecnología y gran calidad de carcaza que mejoran la audición y el contacto humano. Estos fabricantes nos hechizan con teléfonos que parecen más bien plasmas para sala, que casi no caben en la bolsa, por auténticos sistemas inteligentes, bitácoras de viaje y avance y, mini procesadores de finanzas y administración que nos permitan estar presente a la distancia en cualquier momento.
Pero ¿quién tiene la mayor responsabilidad en este doble homicidio donde es aniquilado “lo importante en las manos de lo irrelevante”?. Pues el usuario. Nadie es más responsable de obtener productos “jugetosos”, de poco valor intrínseco e intrascendentes, que el usuario de los mismos ya que, constantemente, él o ella se divierten con aplicaciones y funciones que nada dejan y que a nada llevan, dejando de lado aquellas que mucho aportan y poco cuesta aprender y, es el usuario el que adquiere esta tecnología en beneplácito de los fabricantes que venden por lo que se LUCE, no por lo que CONTIENE.
Estamos llenos de artilugios de comunicación y procesamiento plagados de “espejitos” inútiles ocupando el espacio de los elementos que nos ayudarían a organizar la vida cotidiana de trabajo y familia. Aplicaciones que nos posibilitan planear y recordar, quedan de lado. Funciones endémicas que nos podrían hacer ahorrar dineros y generar ingresos, palidecen ante jueguitos y dispositivos para “chismes” en redes sociales y… gestos con la mano que hacen que la pantalla cambie con el único fin de “apantallar” a los demás..
Lo mismo se podría decir de casi todo y, me re-escribo: “Dejar pasar ‘lo mejor’ (distante), por ‘lo menor’ (inmediato)”. Ya Daniel Goleman, en sus tratados de Inteligencia Emocional, hablaba sobre los peligros de la gratificación inmediata sobre la remota y acumulativa. Advertía sobre las enormes implicaciones de pérdida y constante insatisfacción que acarrea este comportamiento en la persona y en la sociedad.
Yo, como todos, tomo fotos y escucho música, navego el Internet pero, cada día más, me sorprendo de las posibilidades que me brinda la tecnología móvil para viajar organizado, hacer ejercicio por las mañanas, trabajar con eficiencia, comunicarme cara a cara con mi familia, ver sus rostros y enviar recuerdos de mis viajes y… salir de las emergencias que se presentan. Me congratulo de esa tecnología cuyas aplicaciones posibilitan llevar récord de mis gastos e ingresos, que permiten sentirme en casa donde quiera que esté al no perder contacto con nadie que quiero y me interesa y, que faciliten mi vida.
No adquiramos tecnología por los espejos de bisutería, hagámoslo por los aportes a nuestra cotidianidad de vida de tal suerte que, cuando nos ofrezcan una tableta de regalo, no digamos ¿y la cubierta de corazoncitos también está incluida?
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