Tras los eventos de la pandemia, es importante remarcar que hay algo que el Covid-19 no cambió sino más bien reforzó: nuestra profesión tiene un propósito que es el de generar vínculos de confianza entre personas, organizaciones y marcas a través de la conversación.
En la nueva normalidad este propósito va a implicar, entre otras cosas, ayudar a las marcas a ser más valiosas y responsables que rentables. Esto no quiere decir dejar de lado el negocio sino que hoy, más que nunca, las marcas tendrán que demostrar cercanía y preocupación por los consumidores que cada vez más se decantan por aquellas que se comprometen con su comunidad, las causas sociales, el medioambiente, las condiciones laborales y la salud, entre otras cuestiones.
En este sentido, hoy existe un exceso de información que hace que las personas observen la comunicación que proponen las marcas de una manera diferente. Por eso, para que una marca pueda apoyarse en valores ya sean sociales o ecológicos, primero deberá demostrar coherencia entre su storytelling y storydoing, es decir, entre lo que dice y lo que hace. Si eso no atraviesa toda su cultura, el compromiso no es real y se convierte en un argumento de venta más. Claramente la imagen de las organizaciones es un activo cada vez más vulnerable, frente a consumidores cada vez más informados que fácilmente detectan cualquier paso en falso y lo exponen, apoyados en la inmediatez que ofrecen las redes sociales. Será clave, entonces, desarrollar una actitud y una comunicación proactiva y no oportunista: escuchar y solucionar problemas.
Es en este contexto que, más que nunca, sensibilidad, entendimiento y empatía son las características más valoradas por los consumidores, razón por la cual construir confianza, relevancia y compromiso es fundamental para las marcas que buscan lograr la consideración de los públicos y generar conexión con ellos; y ahí es donde las relaciones públicas entran en juego para poner en valor las estrategias que se comprometan a ejecutar esos valores.
Bajo esa premisa, nuestra profesión siempre ha sido y seguirá siendo vital para cualquier organización. Sin embargo, todos sabemos lo complicado que resulta que se entienda que su valor no se traduce de inmediato en dinero sino que sus beneficios están más ligados a efectos en el largo plazo como el cuidado y la protección de la imagen de la empresa, sus comunicaciones y las relaciones que construye con la prensa y sus audiencias, lo cual se traduce en el atributo que engloba todo lo que venía mencionando anteriormente: la credibilidad.
En definitiva, hoy el desafío de nuestra profesión no está en el momento que nos toca vivir o en el acelerado cambio tecnológico que provocó, sino en cómo enfrentamos la simultaneidad de ambos. Es decir, en cómo conciliamos la necesidad de construcción de vínculos de confianza, relevancia y compromiso que caracterizan a una organización ética y responsable, con la transparencia, la viralización y las nuevas demandas de los prosumidores.