Por Camila González
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La reciente y reñida contienda, muy maquiavélica por cierto, entre Obama y Romney no se dio sólo en las urnas. La batalla virtual fue tan intensa como la de votos de verdad, y en un ámbito abierto e ilimitado como la red, donde todo cabe y todo se vale, ni hablar de la pasión, violencia y garra aferrada a los comentarios… Y el cálculo de su peso a la hora de influir en la opinión pública.
Con estas elecciones, Internet y sus redes sociales, entran por la puerta grande al plano de la política. Tal cual, para esta elección presidencial en E.U. se abrieron cientos de cuentas, blogs, y páginas para ofrecer información y generar debate. Esta vez, más que nunca, la actividad internauta produjo movimientos, polémicas y reacciones –seguro para bien y para mal-, pero no hay duda de que las redes son unas de las protagonistas de este hecho, por qué no decirlo, así nos cueste, trascendental para el mundo (quisiera que no lo fuera tanto, la verdad).
Estas elecciones “gringas” pasarán a la historia como las primeras con un muy importante peso digital, pero también las últimas. Sí, las últimas porque Internet no se apagará nunca. Ya quedamos conectados y… quizás para siempre. El estudio Social Media and Political Engagement calcula que seis de cada diez adultos estadounidenses usan alguna red social, y de ellos, dos terceras partes utilizaron en la riña “Obama vs. Romney” redes como Facebook y Twitter para expresar sus ideas políticas.
Así es que a las responsabilidades de la campaña, siempre excesivas, hoy se le suman además la de cuidar y explotar al máximo el plano virtual de cada candidato, labor que va desde ganar “followers”, crear y subir mensajes audiovisuales a Youtube, nutrir de contenido los muros, crear aplicaciones propias, proteger la imagen hasta dar o no respuesta a los insultos de la contraparte.
Cuando digo insultos me refiero, entre otras cosas, a las risibles líneas en Twitter y eufemismos de Donald Trump, herido por la derrota: “el mundo se está riendo de nosotros”, “nuestro país está ahora en serios problemas sin precedentes… como nunca antes”. Pero no demeritemos la influencia de este magnate que usó adjetivos como “farsante”, “travesti” y “desastre de la democracia” para referirse al nuevo presidente.
Todo un mundo, toda una nueva estrategia, a un nivel que hace 10 años ni existía. Y no es sólo labor de los dueños de las campañas, el propio Twitter, por ejemplo, creó la página #Election2012 para seguir en directo todo lo referente al evento. Dicen que para el 6 de noviembre la cuenta de Barack Obama (@BarackObama) tenía 21.8 millones de seguidores, mientras que la del republicano Romney (@MittRomney), 1.7 millones de adeptos. En Facebook, Romney tiene 11.9 millones de amigos y Obama, 31 millones, según SocialBakers.
Lo interesante es que las redes se quedaron cortas para la exigencia de una sociedad cada vez más digital como la “gringa” y los mismos candidatos tuvieron que echar mano del espacio virtual. El comité de campaña de Obama creó su propia red social, Dashboard, y crearon –aunque ya hace 4 años- una app “Obama for America” para los sistemas operativos iOS, de Apple y Android, de Google. Hoy Romney también tiene su merchandising de apps. Y hasta jugar se podía mientras decidían quién sería el próximo presidente. Se inventaron Campaign Manager para jugar a ser el jefe de campaña. A la hora de inventarse brazos para el mercadeo, los estadounidenses, seguro, no tienen límite.
Pero lo que al final me parece más interesante es que la social media se convirtió, un buen día, en censor electoral, en una herramienta de opinión pública sin duda espontánea, que quizás tiene menos rango de error por su naturaleza libre. La cantidad de menciones de uno u otro personaje en Twitter, los seguidores, los “retuits”, las entradas a Youtube (me impresiona que durante la campaña, 226 millones de personas vieron los videos de Obama y 29 millones los de su contrincante… qué cifras). Todos cálculos, sus métricas y análisis, cada vez más esquematizados, se convierten en índice social para evaluar el clima político de un espacio y contexto.
Otro punto clave acá es que la capacidad que nos dan las redes para decir, lo que sea, estúpido o no, se convierte en un fenómeno que difumina, en ese plano, protocolos y niveles. Por ejemplo, ver en Twitter las palabras de felicitación para Obama de parte de Netanyahu o la primera ministra australiana Julia Gillard, genera la sensación –ilusoria por supuesto- de que el poder no distancia.
Pues sí, cuando nos ponemos las anteojos de esta nueva realidad, de algún modo ya nos paramos todos, sí, todos, poderosos y seres comunes, en un mismo plano, en la misma cancha de juego. Falso o cierto, aunque más falso que cierto, pero en este plano todos podemos estar juntos en la cama o en el suelo. Yo digo que mejor en la cama.