A 24 horas del final de la presidencia de Donald Trump, muchas preguntas sobre censura quedan en el aire. Si bien, ha sido un líder cuestionable, durante su estadía en la jerarquía americana, muchos “temas superados” volvieron a la conversación. Abrió viejas conversaciones acerca de racismo, ultra nacionalismo, clasismo y machismo tóxico, solo uno en mi opinión, ha sido oportuno: la censura.
Sin bien los medios digitales son plataformas innovadoras, están condenadas a librar las mismas batallas de siempre, ¿Cuándo y quién seleccionará la información que debe ser masificada? ¿Quién decidirá cuáles temas podrán comentarse y cuáles no? ¿Acaso un robot hará el trabajo de clasificar los mensajes? ¿Serán las comunidades y sus miembros?
Sería inocente creer que los medios digitales son distintos a sus predecesores, la radio, prensa o televisión; tienen un dueño, tienen métricas de audiencias, segmentaciones, anunciantes, todos operan en una sociedad diversa que transita en un contexto complejo. La censura es el tema del pasado que estará presente en el futuro, aunque su principal promotor sea odiado por muchos, quizá sea su único legado valioso.
Facebook, Instagram y Whatsapp siempre han tenido reglas claras sobre sus temas prohibidos, cada usuario las acepta al crear sus perfiles, han estado ahí desde el principio, además de sus políticas sobre privacidad, que están causando tanto revuelo. Todas las plataformas operan con las mismas cláusulas, Telegram, Tiktok, cuentan con regulaciones. “Si no pagas por el producto, entonces tú eres el producto”, según de Social Dilemma, la data es la materia prima.
Se va el caudillo de las causas zombie, se quedan las conclusiones: la comunicación es humana, mientras exista egoísmo y perversión, habrá malversación del mensaje. También marcas y líderes tienen la oportunidad de utilizar ese poder para esparcir mensajes de humanismo. Solo hay que elegir un lado de la moneda.