Una característica inherente a los medios de comunicación masivos es su permanente búsqueda por mantener la atención de sus audiencias. Parte del éxito de cualquier canal puede medirse en el número de consumidores que se enganchan a los contenidos que se les presentan.
Tras el surgimiento de la televisión a mediados del siglo pasado, se comenzó a hablar de una adicción a este maravilloso medio, cuyo impacto en la sociedad es incalculable, pero que en su rostro más oscuro tiene la cualidad de envolver nocivamente a los más vulnerables, colocándolos en un estado de pasividad mental que los desprovee de su capacidad de decisión.
Sin embargo, el impacto adictivo y coercitivo que ha causado la televisión en sus cerca de 60 años de existencia de ninguna manera se compara con las consecuencias que las plataformas tecnológicas están causando en pilares de nuestra sociedad, como la infancia. Y es que se trata de la manera en que nos relacionamos, nuestra salud mental e incluso en hitos sociales como la democracia.
La voraz carrera de las plataformas digitales que hoy frecuentamos, alimentada por tecnologías poderosas como la inteligencia artificial y el big data, es la causa de que cada uno de estos canales aporte su dosis de daño a nuestra sociedad.
Instagram genera la ilusión de cuerpos perfectos inmersos en un nivel de vida inalcanzable, Facebook crea la falsa sensación de pertenencia a comunidades, y las plataformas de video reproducen sin descanso capítulos de series. Todo lo anterior ocurre bajo las reglas de un sistema fabricado para generar dependencia sin que podamos percibirlo. Esto trae serias consecuencias para, principalmente, los adolescentes.
Ocurre que, antes de la aparición de los medios digitales, no había existido plataforma alguna que contara con la atención de los usuarios las 24 horas. El hábito que hemos desarrollado por estar permanentemente conectados a internet vía teléfonos celulares y otros dispositivos es una mina de oro para las empresas, cuyo poder en nuestra sociedad no hemos dimensionado.
En el influjo de esta nueva realidad digital en nuestras vidas también se encuentra la influencia de estas plataformas en conceptos como la democracia. Los medios tienen la capacidad de incrustar noticias falsas e ideas en la opinión pública. Su poder es tal que pueden influir en las decisiones de los ciudadanos, crear falsos profetas, satanizar y exacerbar los defectos de cualquier personaje con la ayuda de millones de perfiles falsos que, en masa pueden, modificar las tendencias a conveniencia.
Así, la segmentación es usada para difundir determinada información en regiones y sectores sociales específicos a los que se busca manipular; es una herramienta que analiza el comportamiento de los usuarios y detecta a aquellos proclives a creer teorías descabelladas, y los aprovecha como aliados para multiplicar cualquier información sin confirmar.
Nuestro actuar diario dentro del ciberespacio y las redes sociales es aprovechado para generar un perfil completo de nosotros mismos. Ahora Google y los demás actores tecnológicos conocen, quizá mejor que nosotros mismos, nuestros gustos e inclinaciones. De esta manera, una pizca de inteligencia artificial puede predecir nuestras reacciones a determinados estados de ánimo y así presentarnos opciones de productos y servicios a los que somos más proclives a consumir.
Aún desconocemos con certeza las consecuencias que traerá consigo la adopción de las tecnologías por parte de los niños, una situación permitida y fomentada por los padres, que ven en las pantallas de los dispositivos un aliado para el entretenimiento y la crianza de los niños.
Aunque exista una supervisión de los padres, los dispositivos y las plataformas que los niños utilizan los hace proclives a compararse con otros, por lo que se forman una idea de aceptación basada en las interacciones de las demás personas por los contenidos que ellos suban. Resultará interesante conocer la realidad emocional que mostrarán las primeras generaciones de niños y adolescentes totalmente digitalizados, y la forma en que se relacionarán.
El camino hacia una sociedad manipulada está determinado por el éxito de las plataformas que, como nunca antes, utilizamos todos los días de nuestras vidas, y que están escalofriantemente diseñadas para cada perfil específico: conocen muchos detalles de nuestras vidas y, además, utilizan la inteligencia artificial para seguirnos enganchando en una espiral de manipulación que parece no tener fin.
Fe de errores: en mi artículo publicado la semana pasada, titulado “La hipocresía de la campaña ‘No está chido’”, afirmé que esa iniciativa había sido lanzada por el Consejo Coordinador Empresarial, cuando en realidad fue creada por el Consejo de la Comunicación. Vaya una disculpa a los afectados por esta confusión.