Por Camila González
@camilaglz
Hay productos presentes en los momentos más importantes de nuestras vidas. Sin darnos mucha cuenta, ciertos artĂculos y marcas son parte de los logros que obtenemos y de sus celebraciones. De forma casi imperceptible y habitual, contamos con ellos como tradiciones o herencias que rebasan las decisiones conscientes. Tres anuncios de Huellas de la publicidad, de tres dĂ©cadas diferentes, nos exhiben productos que siempre son invitados obvios a nuestros festejos.
Una fiesta familiar perfecta, “como de publicidad”, en la que todos están presentes y felices, todos rĂen y se quieren, adornada con estáticas sonrisas y crema de pastel para el chiquitĂn, nos evoca felicidad y uniĂłn.
Luego, tras un abrupto cambio de escena, la cámara retrata un instante del trabajo de un tĂ©cnico automotriz de Chrysler –1981–, que supervisa la mejor calidad de su producto. ÂżY quĂ© tiene que ver la bonita fiesta familiar con un automĂłvil? Parece un poco postizo el vĂnculo, pero no, quizás un coche, para muchos, es complemento perfecto de esa dicha.
Otro pastel, otro cumpleaños, otras risas en una escena que revela cĂłmo el obligado pastel anual en ocasiones queda relegado al baĂşl de las tradiciones y otras opciones lo opacan. Suandy –1997–, en este caso, es una de esas alternativas que entra a la cancha para hacer los más contundentes goles en los invitados. Con discreciĂłn, sin voces ni letreros en pantalla, la marca de pastelerĂa se sitĂşa como preferida de todos. Buen punto.
Otro cumpleaños, al compás de otras alegres mañanitas, resulta ser el pretexto perfecto de un detergente para entrar a cuadro a solucionarnos la vida. Claro, sólo si los niños deciden aventarse sobre el pastel, como lo plantea Ace –2003–. ¿Forzado? No, como siempre digo, en publicidad todo es posible. ¿Y en la vida?