La elección de Donald Trump como presidente no sólo fue marcó el inicio del fin de la confianza en las encuestas de opinión. Desde su campaña hasta los últimos meses de su mandato, la llegada del magnate de negocios a la Casa Blanca demostró el papel protagónico que juegan las plataformas digitales de comunicación en esta era dentro de la política y la constricción de la democracia.
Redes sociales como Facebook y Twitter son columna vertebral de los esfuerzos de comunicación del actual presidente, las cuales presuntamente retuvieron un rol más allá de la difusión de información en su camino a la silla presidencial, al ser relacionadas con temas de manipulación de la opinión pública.
Ejemplo claro, son las recientes revelaciones según las cuales agentes rusos insertaron anuncios en Facebook para influir en las elecciones estadounidenses del año pasado. La controversia entorno al tema a generado posturas encontradas ante una cuestión inquietante y que, hasta cierto punto, resulta tangible: el peso de estos espacios de interacción en la construcción de la democracia.
En la historia del marketing político, Barack Obama y sus esfuerzos digitales marcaron un antes y un después en la gestión de campañas políticas; sin embargo, Donald Trump tuvo un efecto mayor en medio de acusaciones relacionadas con fake news y manipulación del voto que se hizo aún más evidente cuando fuentes oficiales de dicho gobierno revelaron gran parte de su presupuesto de publicidad digital durante el proceso de campaña tuvo como destino Facebook, plataforma en la que cada día probó hasta 100 mil variaciones de avisos en un intento de “microdireccionar” a los votantes.