Ya nuestra vida se reduce a Facebook. Todo lo hacemos a través suyo: llevamos nuestras relaciones interpresonales, hacemos saber a los otros sobre las grandes cosas (siempre las buenas, claro, no vaya y piensen que no somos felices) que suceden en nuestras vidas y nos enteramos de lo que pasa en el mundo.
Como si el mundo se minimizara a las 20 páginas informativas que elegimos en la red social. Muchos ya no ven más allá de sus narices, perdón, de su Facebook.
Qué miedo. Papá Facebook nos despierta y nos arrulla en las noches. Establece los parámetros de cómo funcionan las cosas para nosotros, siempre en la bendita zona de confort, sin duda. Y termina logrando algo increíble: ya no tomamos un libro entre las manos, ni para ordenar la biblioteca. Y difícilmente detenemos la contínua red para ver más allá. De nuevo, qué miedo. Y ni hablar de la cantidad de basura informativa que sobreagua en el mar de la red. Uno lee y ya no sabe ni qué pensar. Sobre todo porque el mundo está tan desbaratado que cualquier cosa puede ser cierta o falsa.
Pero tranquilos, Papá Facebook ya salió a abogar por nuestros derechos, en especial por el derecho a la verdad, creó The Facebook Journalism Project. Se trata de aliarse con la industria informativa y periodística, para blindarnos de la basura y para buscar herramientas que nos informen mejor. Gracias Papá Facebook. Ya, en serio, no niego que es una gran cosa que Zuckerberg sea un hombre inteligente, sensible y socialmente responsable. Podríamos estar en las manos de cualquier brillante geek, ambicioso y tonto.
Pero es que, como siempre repito, estamos en manos de estas plataformas. Todo lo que sabemos, conversamos, pensamos, tememos puede tener referencia a algo que ahí vimos o leímos. Hasta la basura emocional de nuestros falsos afectos. Porque además de falsas noticias, ahí también podemos encontrar otras tantas cosas que poco o nada aportan a nuestra vida. No puede ser que como autómatas lo primero que hagamos al abrir los ojos en la mañana sea ver qué tiene Facebook para decirnos…
Qué pobres somos…
Lo que al final me espanta es que cada vez poco tendrá la humanidad que pensar. Pensar será la actividad menos necesaria. Todo está ahí. Todo es como ahí aparece. Nadie sabe nada más que lo que Internet y sus redes generosamente nos comparten. Como animalitos. Pánico total. Y pensar que la gran riqueza de la humanidad se ha venido acumulando en los libros, sí, a como esos pocos que aún conservamos y a los que una vez al menos les limpiamos el polvo.
Pasan los días. Papá Facebook nos proteje y nosotros no hacemos nada más por nosotros.
Reaccionemos (acepto que soy trágica).