Por Camila González

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@GFCam

Esta era digital, en muchos sentidos, ha despertado -0 quizás visibilizado más- conciencias colectivas respecto a temas transversales y transcendentales. Me refiero por ejemplo a asuntos como el maltrato animal y el cuestionamiento a la existencia de los zoológicos; cuestiones de corrupción y responsabilidad social y política en manos de los ciudadanos; búsquedas espirituales para aprender a estar mejor acá; reflexiones sobre ecología y el cuidado del planeta, etc. Pero el tema que hoy traigo a colación tiene que ver con la responsabilidad social de la publicidad.

Es muy interesante que el alcalde de Londres, Sadig Khan, expida un decreto para prohibir publicidad sexista como la que ha aparecido en el sistema de transporte público de la ciudad. Hablo de una campaña con fotos de una mujer muy delgada en bikini con un letrero que dice: ¿Ya tienes listo el cuerpo para la playa? Se trata de dejar de difundir la imagen del cuerpo femenino para promover estándares irreales de salud corporal.

Pues sí, además de interesante, el hecho resulta trascendental. Demuestra que los hombres están empezando a ver la línea sexista y perjudicial de esos mensajes publicitarios, y que esas opiniones se pueden convertir en disposiciones y leyes que impacten de forma colectiva.

El alcalde londinense, inclusive, argumenta su decisión al decir que la publicidad en el transporte público no es lo mismo que la que se exhibe en Internet o en la televisión, medios donde la gente puede cambiar de página o canal. No, en un bus o en el metro, estos mensajes terminan siendo impositivos y presionando a la opinión pública alrededor de estereotipos que nada han servido a nuestras sociedades. Por el contrario.

Me refiero a sociedades rotas por la bulimia y la anorexia, la violencia física y sexual contra la mujer, el suicidio de jóvenes que ciertamente no encajan en lo que los anuncios especifican como el “deber ser”. Este tipo de mensajes y esquemas, y por su puesto su trasfondo, degradan a las personas, cosifican a las mujeres, y el daño es incalculable.

No es un tema de censura ni de prohibición por la prohibición, es un asunto más bien de control de los discursos. Nadie tiene por qué ajustar su cuerpo a ninguna medida (además de imposible y poco saludable) para estar listo para nada. Todos estamos, tal como somos, listos para ir a la playa.

Parece apenas una anécdota entre el mar de noticias del que somos blanco todos los días, pero no, es uno de esos granitos de arena que hace la diferencia para desmontar esa imagen cosificada de nosotras en pro de aceptar la diversidad, de frenar las pequeñas violencias de género y los estándares impuestos, de no permitir que cada día nos estrechen más el espectro de belleza femenina y, sin duda, en pro de la salud pública mental y física. Trascendental.