A propósito de que en los últimos días ha sido tema de conversación en las redes sociales la versión del columnista Raymundo Rivapalacio, de que el gobierno mexicano no vio con mucho agrado una visita del Papa a este país, en la que estuviera programada una misa en honor a los estudiantes desaparecidos de la Normal Rural de Ayotzinapa, vale la pena analizar de qué forma el Vaticano se ha visto obligado a adaptar su estrategia de comunicación con sus fieles a un incesante mundo digital.
Los últimos tres Papas han sido testigos de una revolución en la forma en la que sus fieles (y no fieles) se comunican, y por supuesto que no han dudado en subirse al tren de estas nuevas tecnologías.
Es una realidad que la Iglesia católica pierde fieles a niveles acelerados; cifras de la propia Iglesia y de algunos estudios como el del Centro Pew, afirman que en América Latina y Estados Unidos, en donde en décadas pasadas el 90 por ciento se decía de esta religión, hoy la cifra llega apenas al 69 por ciento. Ante esto, no es difícil adivinar que el Vaticano, como cualquier institución que quiere mantenerse vigente y no perder posicionamiento, ha tenido que adecuarse a los tiempos en los que la dinámica de la información ha cambiado sustancialmente.
Para hacer frente a esto y aprovechar la manera en que se puede llegar a más fieles de manera remota, y así evitar seguir perdiendo a más “público cautivo”, la Iglesia Católica y su máximo representante han tenido que acercarse a las nuevas tecnologías y diseñar una estrategia mercadológica con la que están intentando dejar de perder terreno frente a otros cultos que hoy están siendo más atractivos para las regiones que históricamente han tenido un gran número de fieles católicos.
Como ejemplo de esto, podemos mencionar una estrategia que llama la atención y que ha acompañado a este cambio en el que se pretende que los seguidores del sumo Pontífice tengan un contacto más cercano gracias a las redes sociales y los medios digitales; se trata del programa de residentes en el Vaticano que está implementando la Universidad Villanova, una institución católica de Filadelfia y que hasta ahora tenido buenos resultados.
En este programa, pasantes de la carrera de periodismo tienen el privilegio de ser testigos y difundir de primera mano los acontecimientos que ocurren en el Vaticano, sostener encuentros con el Papa y en pocas palabras, ser testigos de la historia en una posición que cualquier periodista sin duda envidiaría.
Cuando en 2012, Benedicto XVI se estrenó en Twitter, los estudiantes de este programa atestiguaron cómo el entonces Pontífice aprendía a utilizar su iPad, y así lo consignaron en las redes sociales. En ese entonces, Benedicto afirmó que con esta tecnología se fomentará “la plena participación de los creyentes que desean compartir el mensaje de Jesús”.
Otra de las medidas adoptadas por la Santa Sede es la de aprovechar algo tan simple como efectivo, pero que en otros tiempos hubiera resultado imposible: ofrecer audiencias virtuales.
Para preparar la visita que realizó a los Estados Unidos el mes pasado, el Papa Francisco hizo lo que ninguno de sus antecesores, pero que los internautas de todo el mundo practican a diario y con lo que están familiarizados: un streaming que funcionó como una audiencia papal virtual, dirigida a sus fieles de la Unión Americana, pero que, por supuesto, pudo ser vista en tiempo real por personas de todo el mundo.
El caso de la residencia de la Universidad de Villanova en el Vaticano, no sólo es de destacarse que el Papa tiene hoy un potencial de audiencia que ninguno de sus antecesores tuvo jamás. El hecho de poder hablarle en directo a sus seguidores es una herramienta que bien hubieran querido antecesores como Juan Pablo II, que con su notable carisma logró unir incluso a personas de otras religiones con el propósito de encaminarse a un bien común.
Por todo esto, a partir de ahora, el Papa Francisco y sus sucesores no sólo deberán poseer la gracia para atraer y cautivar a las masas de fieles que no dudan en seguirlo, sino que se verán obligados a comprender y aplicar una especie de “vocería virtual” y entender la dinámica de que el mensaje divino ya no sólo se entrega a un público que abarrota la Plaza de San Pedro, sino que debe dirigirse a 3 mil millones de internautas, un reto que hasta ahora, el Vaticano ha sabido sortear exitosamente.