Hace apenas una décadas nadie se habría imaginado que iba a existir una enciclopedia-cerebro-archivo infinito al cual podríamos acceder para buscar la información que necesitáramos al instante. La verdad es que si nos detenemos a pensarlo, es alucinante lo que sucede hoy con los datos y el conocimiento. Pero como siempre, no todo es color de rosa.
Internet y sus posibilidades son tantas que también nos logran atrapar en las ilusiones. Me explico. Ya no tenemos que saber nada porque todo está en el toque de un teclado. Pero, ¿acaso poder buscar información es saber? ¿Qué significa realmente tener un conocimiento? ¿Que Internet esté disponible ya nos erradica de la peste de la ignorancia?
Ahí es cuando entra en juego la diferencia entre la ignorancia conocedora y la ignorancia profunda. Por ejemplo, unos científicos del departamento de psicología de la Universidad de Yale concluyeron, en marzo pasado, que hoy en día creemos saber más de lo que en realidad sabemos, debido a que nuestros dedos se empoderan sobre el teclado para pedirle lo que queramos a Google.
Tiene sentido que tanta información al final de cuentas, nos haga sentir más sabios, aunque propiamente no la sepamos. Esa es la distorsión. En contraste, lo grave es que quizás al estar lejos de Internet tendamos a sentirnos cada vez más estúpidos.
En otras palabras, estamos tan mimetizados con Internet que ya creemos que sabemos lo que hay ahí, somos uno sólo con la red… Una prueba más de la dependencia tan fuerte que se sigue creando hoy con la tecnología. Y la verdad, yo siento que esto nos pasa con el mundo digital a varios niveles: somos nuestra información del perfil de Internet, somos cada uno de nuestros tuits, somos parte de un catálogo de Tinder…
¿Quiénes somos? Si se apaga Internet un día, ¿podremos ser para los demás sin un muro de Facebook? ¿Cómo le gritaremos al mundo que somos felices o desgraciados? ¿Qué sabemos hoy, de la vida y de cualquier tema, sin el cursor en el buscador? ¿Cómo poner una línea sana entre Papá Internet y nosotros?