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Jorge Arturo Castillo
Jorge Arturo Castillo

El “chocolate del Bienestar” y la incongruencia en las escuelas

La educación alimentaria no se construye con prohibiciones, sino con formación. No parte de la escuela, parte de casa. Es en el hogar donde se establecen los hábitos, donde se aprende a leer etiquetas, a cocinar, a moderar el consumo. Pretender que la escuela sea el único filtro nutricional del país es una visión simplista, cómoda y, al final, inefectiva.

Con bombo y platillo entró en vigor la Reforma al Reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Control Sanitario de Productos y Servicios, que prohíbe la venta de alimentos ultraprocesados —la mal llamada “comida chatarra”— en las escuelas de todos los niveles educativos, desde primaria hasta universidad. Aplaudida por algunos sectores de salud pública, la medida busca combatir la obesidad infantil desde el entorno escolar. Y aunque la intención es correcta, el alcance de la aplicación raya en lo absurdo.

¿Prohibir comida chatarra en universidades? ¿En serio? Al parecer, alguien en el gobierno olvidó que los estudiantes de nivel superior tienen, en su mayoría, más de 18 años y, por tanto, ya son legalmente adultos. Adultos con la capacidad de discernir, de votar, de conducir, de trabajar… pero no, aparentemente, de decidir si quieren comprar unas papas o un refresco en su universidad. En un país que lucha por formar ciudadanos críticos y autónomos, es paradójico que se les niegue la posibilidad de tomar decisiones tan básicas como elegir su comida.

El tema ha causado tal desatino, que ya se sabe de universidades privadas que han optado por ampararse, claro, las más “fifís”. No es para menos. ¿De verdad vamos a tratar igual a un niño de primaria que a un joven universitario? ¿No hay un mínimo de sentido común en esta legislación? Todo parece indicar que, en la prisa por atender un problema real —como lo es la epidemia de sobrepeso y obesidad en México— se terminó aplicando una medida sin matices, sin ajustes, sin inteligencia.

Como si eso no bastara, el anuncio de la venta del llamado “Chocolate del Bienestar” en escuelas públicas (hasta el momento no se ha hablado de que también entren en planes las privadas) viene a enturbiar aún más el asunto. Una barra de chocolate, impulsada por el gobierno, que estaría disponible en los planteles, justo en el contexto de una cruzada contra los alimentos ultraprocesados. ¿Cómo explicarlo? ¿Por qué ese chocolate sí y los otros no? ¿Qué tiene ese producto que lo convierte en “bueno”, mientras otros son automáticamente etiquetados como dañinos?

La respuesta no es clara. Como muchas otras decisiones de esta administración, el tema viene envuelto en opacidad y contradicción. No se ha detallado su composición nutricional, ni el proceso de elaboración, ni mucho menos quién lo producirá. La pregunta es obligada: ¿será otro negocio de los hijos del expresidente López Obrador? ¿Un contrato más sin licitación? ¿Otro capricho con sabor a cacao y aroma a sospechosismo?

La incongruencia es evidente. Por un lado, se prohíbe la venta de golosinas y bebidas azucaradas en todos los planteles educativos del país, como si al cerrar las puertas de las cooperativas escolares se pudiera resolver la crisis alimentaria nacional. Por el otro, se impulsa un chocolate con sello oficial, de dudosa transparencia y alto contenido calórico, pero con la bendición del Estado. La medida no solo es inconsistente: es un insulto a la inteligencia colectiva.

En el fondo, la idea de restringir productos nocivos en las escuelas no es mala. De hecho, se tardaron años en hacerlo. Pero hay que decirlo claro: esta no es una solución mágica. Es, en el mejor de los casos, una medida complementaria. Porque en cuanto los estudiantes salen de la escuela, se topan con un mar de opciones igual de perjudiciales: tienditas, puestos ambulantes, Oxxos en cada esquina. Y, ahí, ningún gobierno pone freno.

La educación alimentaria no se construye con prohibiciones, sino con formación. No parte de la escuela, parte de casa. Es en el hogar donde se establecen los hábitos, donde se aprende a leer etiquetas, a cocinar, a moderar el consumo. Pretender que la escuela sea el único filtro nutricional del país es una visión simplista, cómoda y, al final, inefectiva.

Y lo peor: mientras se castiga al pequeño comerciante escolar por vender una dona, se permite la entrada de productos gubernamentales sin mayor escrutinio. Así no se combate la obesidad. Así solo se crea un nuevo mercado… bajo la etiqueta del “Bienestar”.

Bayer y el nuevo rostro de la medicina personalizada

A estas alturas del siglo XXI, ya no basta con hablar de innovación farmacéutica como un ideal futurista. Bayer lo entiende y, en su más reciente Pharma Media Day, dejó claro que su apuesta está puesta en algo mucho más profundo: transformar la medicina en una herramienta de precisión, impacto real y acceso global.

Con nueve ensayos de fase III exitosos en 2024 y lanzamientos previstos en áreas tan críticas como oncología, salud cardiovascular, menopausia y enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson, la farmacéutica alemana está marcando pauta. La gran diferencia hoy no está solo en desarrollar moléculas nuevas, sino en construir verdaderas plataformas terapéuticas: desde radiofármacos dirigidos y terapias génicas, hasta alternativas no hormonales que responden a necesidades largamente ignoradas en salud femenina.

El caso de Parkinson es especialmente ilustrativo. Con células madre que ya han superado la fase I y avanzan con respaldo de la FDA, Bayer está a un paso de cambiar la historia de una enfermedad que hasta hoy solo podía manejarse, nunca revertirse. Y eso es apenas una muestra.

Pero más allá de los anuncios, lo realmente valioso es que Bayer está alineando ciencia, negocio y propósito en una visión de largo plazo. Una visión que ya no se enfoca en vender más medicamentos, sino en ofrecer menos intervenciones, pero más eficaces, más humanas, más integradas al bienestar del paciente.

Si algo está claro es que esta nueva generación de terapias no busca tratar síntomas, sino transformar destinos. Y eso, en un mundo saturado de promesas, es una apuesta que merece ser tomada en serio.

El Botiquín

  • Aunque la compra consolidada de medicamentos para 2025-2026 muestra avances significativos en términos de adjudicación, aún enfrenta retos importantes en su ejecución y distribución, aspectos clave para garantizar el derecho a la salud de la población mexicana.
  • A decir de la industria farmacéutica, la compra consolidada ha tenido avances formales, pero la ejecución se ve debilitada por falta de transparencia, errores operativos y sospechas de corrupción, lo que representa uno de los desafíos más complejos para garantizar el acceso efectivo y equitativo a medicamentos en México.
  • ¿Y para cuándo los medicamentos en clínicas y hospitales del sector salud apá?

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