La libertad es un privilegio que solo unos pocos disfrutan plenamente. En un contexto en donde las libertades políticas y civiles deberían ser un derecho universal, la realidad es que, cada año, millones de personas se ven privadas de esos derechos fundamentales.
Recientemente, la organización estadounidense Freedom House publicó su informe anual, revelando que, por 19º año consecutivo, los niveles de libertad global siguen estando en declive.
De hecho, en 2024, 67 de los 195 países evaluados fueron clasificados como “sin libertad”, reflejando una alarmante tendencia que afecta a una parte considerable de la humanidad.
En este contexto, Finlandia se posiciona como el país con más libertad en el mundo, alcanzando una puntuación perfecta de 100 puntos, seguido muy de cerca por Noruega, Nueva Zelanda y Suecia, con 99 puntos cada uno.
Mientras tanto, en América Latina, Uruguay se destaca como el líder con una puntuación de 96, mientras que Cuba destaca como la contraparte con tan sólo 10 puntos, es el país con la peor puntuación en la región.
Sin embargo, las naciones con menor libertad están sumidas en una profunda crisis. Turkmenistán y Sudán del Sur, con una dramática puntuación de 1, son los peores clasificados, seguidos por Sudán, con 2 puntos, y Eritrea y Corea del Norte, con 3 puntos cada uno. En estos países, las libertades más básicas son restringidas, y la represión política es una constante, dejando a millones de personas atrapadas en regímenes autoritarios que sofocan cualquier forma de oposición o disenso.
Es así que, este informe no solo demuestra la desigualdad en la distribución de las libertades, sino que también nos invita a reflexionar sobre el precio que se paga por la libertad en muchas partes del mundo. En muchos casos, el simple hecho de ser libre es un desafío constante, donde la falta de derechos se convierte en una realidad insoportable para millones de seres humanos.
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