Desde amenazantes aumentos en aranceles a productos importados, deportaciones masivas frente a la inmigración, la salida del Acuerdo de París (sin importarle la reducción de las emisiones de carbono para luchar contra el cambio climático), una serie de indultos a criminales por asaltar el capitolio, hasta querer tomar el control del Canal de Panamá y Groenlandia y cambiar el nombre del Golfo de México son algunas de las perlas que ha lanzado Donald Trump antes de su próxima toma de posesión el 20 de enero.
Trump está haciendo lo que mejor sabe hacer: generar escándalo, marcar la agenda, ocupar los titulares, polarizar la opinión pública y mantener su imagen en el centro del escenario (eso me suena a alguien muy conocido…).
Sin haber asumido formalmente el cargo, sus acciones ya presentan una narrativa que combina propaganda política y marketing político, convirtiendo su transición presidencial en un espectáculo cuidadosamente calculado.
Desde el uso estratégico de las redes sociales hasta las controversias generadas por sus nombramientos y declaraciones, está empleando tácticas que no solo buscan consolidar su base de apoyo, sino también redefinir cómo se ejerce el poder hoy.
Trump y el marketing del poder
Desde el momento en que anunció su candidatura, Trump se ha manejado más como una marca que como un político tradicional. Su lenguaje directo, su estilo polarizante y su dominio de los medios han sido elementos clave en su estrategia. Durante su transición presidencial, estas tácticas no han disminuido; por el contrario, se han intensificado.
Cada post, cada aparición pública y cada decisión —ya sea el nombramiento de un miembro del gabinete o un comentario sobre política exterior— parece estar diseñado para generar impacto. Este enfoque, que mezcla propaganda y marketing, tiene un doble objetivo: fortalecer su narrativa como un líder “fuera del sistema” y mantener el control de la conversación pública.
Por ejemplo, los nombramientos polémicos de figuras como Steve Bannon, conocido por su retórica nacionalista, o Rex Tillerson, un ejecutivo petrolero sin experiencia diplomática, no solo han generado críticas, sino también atención. Tener a Elon Musk como comparsa tiene el mismo fin.
Para Trump, toda atención es buena atención; cada controversia refuerza su imagen como un disruptor, un líder dispuesto a romper las normas en nombre del cambio.
El discurso populista: una herramienta global
El fenómeno de utilizar estrategias de propaganda y marketing político no se limita a Trump. En los últimos años, hemos visto cómo líderes populistas en todo el mundo han adoptado tácticas similares para ganar elecciones y consolidar su poder, transformando a los ciudadanos en consumidores de discursos diseñados para cautivar más que para informar.
En Brasil, Jair Bolsonaro utilizó un discurso de “mano dura” y apelaciones emocionales para conectar con una población cansada de la corrupción. En Hungría, Viktor Orbán ha consolidado su control al posicionarse como el protector de la identidad nacional frente a las amenazas externas. En México, Andrés Manuel López Obrador combinó retórica populista con una imagen de austeridad para reforzar su narrativa de cercanía al pueblo.
En Argentina, Javier Milei, con un estilo provocador, apeló a un discurso antisistema para capturar el descontento social. El uso de redes sociales para viralizar su mensaje, confrontaciones públicas con figuras tradicionales de la política y promesas de reformas económicas radicales, lo posicionó como una alternativa popular.
Estos líderes, como Trump, entienden que la política moderna no solo se trata de ideologías o programas de gobierno, sino de percepciones. Y en una era dominada por las redes sociales y el consumo rápido de información, las percepciones se construyen a través de mensajes simples, emocionales y repetitivos.
Ciudadanos como consumidores: el riesgo del marketing político
Uno de los efectos más preocupantes de esta tendencia es la transformación de los ciudadanos en consumidores de política. Los discursos populistas están diseñados para apelar a las emociones más básicas —miedo, esperanza, ira— y simplificar problemas complejos en soluciones aparentemente fáciles.
En el caso de Trump, esta estrategia ha sido particularmente efectiva. Su mensaje de “Make America Great Again” no solo es memorable, sino también lo suficientemente vago como para permitir múltiples interpretaciones. Para algunos, significa recuperar empleos perdidos; para otros, implica un retorno a valores tradicionales. En cualquier caso, el mensaje funciona.
El espectáculo como distracción
Otra característica común entre los líderes populistas es su habilidad para utilizar el espectáculo como una forma de distracción. En lugar de abordar temas difíciles con profundidad, generan controversias que desvían la atención hacia elementos superficiales.
En el caso de Trump, sus polémicas y provocadoras declaraciones sirven como herramientas para mantener a los medios y al público enfocados en él, mientras temas más críticos, como las investigaciones sobre su relación con Rusia o los conflictos de interés en sus negocios, pasan a un segundo plano.
Ya sabemos lo que nos espera en estos próximos años. No solo a los gringos. A todos.