El 30 de octubre tenía planeada otra reunión con él pero me confundí de horarios y no pudimos vernos. Sólo hablé con él para pedirle disculpas. El 10 de noviembre no pudo estar presente en un encuentro que habíamos planeado. El 31 de diciembre se despidió de esta vida para pasar a ser una leyenda de la comunicación corporativa y los asuntos públicos en el mundo.
El pasado 12 de enero asistí a su funeral. Comentar que la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano de Madrid estaba llena, que había más de cinco directores generales de medios, muchísimos periodistas, tres ministros e incontables personalidades de la política, los medios, la sociedad y la cultura, dice mucho de su valía como persona y como profesional. Su poder de convocatoria en vida se vio reflejado también al trascender a la eterna.
No era un funeral de compromiso, sino de reconocimiento. Tampoco de simple memoria sino de valoración. No fue un trámite o un acto de protocolo, sino una reverencia profunda a un talento que ha marcado y marcará a generaciones.
Con su familia, sus directores y ejecutivos, amigos, medios, políticos allí presentes, el presidente ejecutivo de LLYC, Alejandro Romero rememoró la personalidad de JALL con tantas lágrimas profundas como palabras sinceras. También lo hizo el ministro de asuntos exteriores, José Manuel Albares, destacando las virtudes humanas de José Antonio.
Al salir, le comenté a mi socio, Raúl Rodríguez, exdirector general de W Radio en México y de la cadena SER en España, que no podía identificar en ese momento a ninguna autoridad en el mundo de la comunicación tan valorada y reconocida como José Antonio.
Quizá no hay mejor reconocimiento que la misma historia, que los hechos relevantes que te acercan a alguien. Ya en 2006 conocí a José Antonio en Ciudad de México. Llorente y Cuenca, a través de Alejandro Romero, buscaba junto con Extrategia, mi empresa, una sinergia para unir fuerzas. No se dio, pero quedó una relación que después se transformó en cercanía. Nos faltó tiempo para que se convirtiera en amistad, pero claramente me dejó muchos aprendizajes.
Leyendo algunas de las más de ochenta notas periodísticas y columnas escritas sobre él, he descubierto el impacto de pensamiento y profesionalismo que le caracterizaba. En cada una de esas columnas se descubría la misma personalidad y carácter de José Antonio. Su pensamiento sobre la comunicación corporativa como octavo sentido, su capacidad de minimizar las dificultades y verlas como un reto a superar, su habilidad para encontrar soluciones, su valoración de las personas, su visión de desarrollo de negocio, han quedado como legado para su familia, sus ejecutivos y el mundo profesional.
José Antonio Llorente nos vuelve a descubrir que las empresas de comunicación, son empresas con alma y que el talento es el centro de toda su misión y visión. Su liderazgo y autoridad en este campo es patente en la formación de un equipo de más de mil doscientos empleados distribuidos por varios países.
Después de fundar una empresa que ha otorgado una gran fuerza de reputación a la comunicación y los asuntos públicos, lo más fácil era recordar a la institución y no a la persona. Pero la obra responde a los valores humanos y profesionales que él quiso imprimirle. La obra que lleva su nombre, contiene sobre todo su valía.
Por todo ello, el mundo de la comunicación debe agradecer todo el impulso que José Antonio le otorgó. Ha marcado un camino retador de lo que debe ser una empresa de consultoría, una empresa con servicios profesionales que aportan reputación, opinión pública y beneficios a las empresas y las instituciones. La historia de la comunicación tendrá sin duda, un capítulo dedicado a esta excelente persona y profesional. Su funeral pasará, de esta manera, de ser un rito simbólico, a ser un hito de reconocimiento.