Cuando un alumno de mercadotecnia, después de mi conferencia sobre la ‘vida y el trabajo desde la granja a la era digital’, me preguntara sí acaso los cursos y maestrías online tenían valor curricular pues, desde su punto de vista, el empresariado seguía siendo cavernario causando que las oportunidades de trabajo sólo se abrieran a estudiantes egresados con “el mágico papelito” acreditador que otorga la educación tradicional (y presencial) en una “carrera universitaria”.
Mi primera reacción, como creyente de la educación a distancia, fue afirmar, sin embargo, recapacité contestando “de entrada”, que su pregunta contenía -igualmente- vestigios del pleistoceno ya que -me expliqué- él pensaba en términos de carrera y debería pensar en términos de talentos y competencias adquiridas y altamente necesitadas por una sociedad productiva y comercial mismas (al menos muchas de ellos) que se obtenían vía online. Aunque concordé con él en que, el sistema pensaba en términos de carrera, prestigio universitario, nombre conocido, etc. Mientras este intercambio sucedía, reflexioné que los grandes avances en productos, servicios y sistemas en los últimos 30 años, habían sido creados, generados e impulsados por una generación de NO universitarios y/o jóvenes que habían truncado su carrera educativa en aras de un sueño. Más esto no se lo podía manifestar.
El trabajo como lo conocemos hoy, se ha transformado radicalmente.
La metamorfosis empezó hace ya décadas (en los años 30´s,) cuando la actividad laboral se llevaba al cabo en el campo. Fue en ésa, después de los 30´s, que se gestó la primera transformación reciente ya que, la demanda de trabajo se traslada a las fábricas cambiando los centros habitacionales agrícolas por congestionados suburbios. El trabajo, antes bucólico y tranquilo, se vuelve fabril y masificado.
Este movimiento migratorio supuso una gran transformación en cuanto a: perspectivas y anhelos de vida, crecimiento geográfico, educación y sociedad.
Para los 50´s, se gesta una segunda gran metamorfosis con el nacimiento formal de las comunicaciones. Como consecuencia, el trabajo nuevamente se muda, pero ahora a los bastos e impersonales edificios corporativos localizados en las grandes ciudades. Todo lo anterior constituye, nuevamente, un tramado infraestructural de increíble envergadura transformando los -otrora- suburbios en pequeñas ciudades dormitorio.
Para los 60´s, es tal la demanda de espacios para alojar trabajadores de escritorio que, nace la tercera transformación con el advenimiento del cubículo oficinistico. Ésta experiencia laboral enarbola la privacidad y la ociosidad disfrazada de concentración e individualidad.
Para lograr todo lo anterior, desde los 30´s hasta los 80´s, fue necesario desarrollar comunicaciones físicas, transportes, calles, carreteras y tendido de millones de kilómetros de cable de cobre.
La gran transformación que ya se apoderaba de la actividad laboral en los 70´s y 80´s, continuó hasta el fin de siglo catapulteándonos a la producción y venta de maquinas de escribir y calcular; de escritorios y sillas; de teléfonos y faxes. Compramos archiveros que, recargados contra paredes, puertas y ventanas, hacían oficinas. Para entonces, en los pasillos ya habíamos colocado enfriadores de agua, mesitas, plantas y alfombras. Había letreros, recepciones, comedores y baños. El trabajo era “intramuros”.
Para los 90´s, se popularizan las computadoras, las impresoras y los cantarinos modems de tal manera que, el trabajo como lo percibíamos, se transforma una cuarta vez pues, junto con estos juguetes, se adhiere la (otrora vista como red de universidades) “Internet”. La web viene a ser el complemento insustituible de la actividad laboral haciendo que el trabajo, se transforme una quinta vez y… para siempre.