Recientemente, la Asamblea legislativa del DF aprobó la prohibición de la utilización de animales en espectáculos en la Ciudad de México, particularmente en los circos (por alguna bizarra razón, no se incluyen las Corridas de Toros).
Esta serie de prohibiciones se han ido extendiendo como fichas de Dominó en todo el país, de asamblea en asamblea. Es una causa popular, y desgraciadamente en muchas ocasiones, en la política, lo popular, dado que puede capitalizarse en votos en el futuro cercano, es empleado sin mayor reflexión.
En la idea general, como concepto, a mí tampoco me gusta el empleo de animales en algunos espectáculos. Los circos me parecen un espectáculo passé y los Toros una crueldad. Yo no voy a un Circo (en el sentido tradicional de la palabra) desde que tenía como 6 años….y eso fue hace treinta.
Habiendo dicho eso; considero la prohibición un error garrafal por una gran cantidad de razones. Para empezar, como mercadólogo, yo sostengo que la permanencia de un producto en el mercado debe de estar dictada por las leyes de la oferta y la demanda. Es decir, que la manera de acabar con los Circos con animales, debería de ser no yendo. Si el mercado no lo solicita, de manera natural, la gente que se dedica a esos espectáculos, cambiará la cadena productiva y modificará sus productos de tal manera que estos se ajusten a las necesidades del momento.
Sin embargo, cuando no se deja que las fuerzas del mercado hagan su trabajo y se prohíbe, lo que se provoca es que los actores económicos no cuenten con el tiempo suficiente como para cambiar sus procesos. A los cirqueros se les está dando un año para dejar de emplear animales en sus circos, cuando su producto lleva siendo muy similar casi un siglo. Un año simplemente no es suficiente como para cambiar una cadena productiva tan anquilosada.
Por otro lado, aquellos que defienden la propuesta, mencionan que los cirqueros pueden cambiar su espectáculo a algo similar al Cirque Du Soleil. Desgraciadamente, estos son dos productos muy distintos. Es como si le pidiéramos a Bonafont, que se convirtiera en Perrier en un año. Es imposible; las dos son agua, pero su nicho de mercado es tan distinto que es un fracaso seguro.
El Cirque du Soleil es un producto dirigido a los segmentos A y B; sus espectáculos son más performance y conceptuales que circo per sé; y el precio de la entrada oscila los ochenta dólares. La entrada a un circo tradicional mexicano oscila entre los 20 y 50 pesos y el mercado meta, en gran medida está en los segmentos D y E.
Aunado a esto, la prohibición no habla de a dónde se llevarán a los animales “rescatados” de los circos. No existen reservas naturales suficientes, ni en México ni el extranjero. Y las pocas que hay, por ejemplo para elefantes, son, o pertenecientes al Circo Ringlin Brothers (en Florida), o en África, en donde la fuente de ingreso para poder mantenerlas es a través de permisos de caza; lo cual sin duda desprestigiaría la causa.
Finalmente, y casi de manera anecdótica, quisiera criticar un poco la campaña propagandística del Partido Verde. La manera en que ellos se manejan, denota lo atrasados que estamos en México en cuanto a los movimientos pro animales. Una característica de este tipo de movimientos es el buscar la dignificación de los mismos al no emplearlos de manera comercial para absolutamente nada. En sus campañas de anuncios espectaculares, el Partido Verde emplea fotografías de animales; lo cual, es contrario al movimiento animalista, ya que se están explotando animales con fines propagandísticos. De hecho, hay una pauta en particular en la que un chango aparece “sonriendo” y se lee la palabra “gracias”, haciendo alusión a la aprobación de la ley en el DF.
Esta pauta habría sido protestada ampliamente si se tuviera un movimiento animalista maduro en México, ya que hacer “sonreír” al changuito, es en definición de estos movimientos, explotación.
Con esto me despido, agradeciendo enormemente el favor de su lectura y apreciando de antemano sus comentarios y sugerencias.